sábado, 11 de abril de 2015

REALIDAD Y FANTASÍA EN EL MUSEO


Por: Luna Francés
Villa de Cura, estado Aragua

     El sábado 29 de septiembre del 2012, en los espacios del Museo Inocencio Utrera, en el área que ocupa la Biblioteca Pública Ezequiel Zamora, se celebraba un evento importante para los villacuranos y villacuranas.

     Llegaron poetas y escritores de todos los rincones del estado Aragua.  Entre ellos recuerdo a una mujer excepcional de la palabra jocosa y desenfadada llamada Teresa Samele.  Su poema Algún día fue anoche aún permanece girando en mi memoria.  También se encontraba el polifacético Leo Villaparedes, al que hoy en día por cariño llamo Don Te - Leo, quien al conocerme exclamó palabras que jamás podré olvidar.  Dijo a su compadre Juan Francisco Lara y a Teresa Samele:
-El producto es impoluto, pronto la veremos brillar con luz propia.
Y se llevó en su bolsillo mi primer poema: De una Rosa nació una Princesa.

     Fue un momento indescriptible, mis manos estaban sudorosas y la voz me temblaba.  Su compadre me obsequió el cuento Sueño pesado, el cual atesoro con mucho cariño.  Todos ellos son escritores y poetas de alto calibre y aun así mantienen grandes virtudes que todos los seres humanos deberíamos cultivar: comprensión y humildad.

     Cerquita del mediodía se presentó con su guitarra compañera un cantautor, poeta, que, siendo de Aragua, reside en la capital, pero cuya sangre triunfadora y su canto de revolución no conoce límites a la hora de la actuación (Humberto Roa Aguilar), quien, uniéndose al festejo, nos presentó su libro Arcanos de amor.

     Allí tuve el honor de estrechar la mano de un gran poeta villacurano.  Él es Pablo Cabrera, el Poeta sin Fronteras, quien recoge estrellas que caen las noches de luna llena.

     Esta maravillosa vivencia se la debo a la que hoy es mi mentora y gran amiga, María Teresa Fuenmayor.  Ella, un caluroso mediodía de junio se acercó a mi puesto ambulante de jugos y tizanas haciéndome una pregunta que para mi fue inquietante.  Allí, en ese puesto de bebidas refrescantes y coloridas, donde pasaba la mayor parte de mi vida, entre la venta y la quietud del día, en los libros, amigos fieles que siempre me hacen compañía, me escapaba a lugares aguerridos, apasionados, insólitos, deslumbrantes, fantásticos y otros no tanto.
Preguntó con su vocecita suave:
- ¿Así como lees escribes?

     Yo pregunté para mis adentros "¿Quién es esta señora?"  Y ella, como si me leyera el pensamiento, me respondió:
-Soy María Teresa Fuenmayor, doy clases de música en la Biblioteca Pública Ezequiel Zamora.  Estamos buscando escritores y escritoras de la zona que quieran participar con sus escritos en una antología de bolsillo titulada Minificciones de Villa de Cura, que será publicada por la ONG Proyecto Expresiones.

     Fue así como llegó a mi existencia, convirtiéndose en un ángel enviado por la Bendita Providencia, iluminando mi camino...guiándome por el mágico mundo de las letras.

     Ese 29 de septiembre, juntó a un graneado grupo de escritores.  Esperábamos con ansiedad el bautizo de Minificciones de Villa de Cura, traído desde tierra maracucha en la valija de José Rafael Hernandez Fereira, fundador y director de la editorial Proyecto Expresiones.

     Se bautizó el recién nacido.  Acto seguido todos los participantes de la antología y poetas invitados de otros lares festejamos la palabra, flores y pensamientos de cada uno, para deleite del público maravilloso que nos brindó su valiosa compañía.

     Casi finalizaba la tarde.  Mientras los poetas y público asistente se despedía una voz la llamaba desde aquella habitación de la casa de Don Inocencio donde horas antes la Sra. Yolanda Gonzalez, celadora celosa de los espacios del Museo, le había mostrado colgadas en las paredes muchas fotos de personajes del ayer y del presente ya ausentes...

     Entró con curiosidad y el corazón palpitante. Aquella voz varonil, para ella desconocida, la invitaba a pasear por las vivencias de antaño...  La pianola, como en sus buenos tiempos, con suave música deleitaba.

     Al entrar en aquella habitación donde solo había visto fotos, notó que ahora estaba convertida en un salón de tertulia.  Allí entre los presentes se encontraba Don Inocencio Utrera, quien al verla en el umbral, presuroso salió a su encuentro, extendió su mano franca, la cual la dama tomó sin resquemor.  En silenció la invitó a recorrer los espacios de la gran casona.

     A cada paso que daban se iban encendiendo las luces y así cada rincón de aquel inmenso caserón se iluminó.  De la fuente, que había estado gris y silente, comenzó a brotar el agua fresca y cantarina, reviviendo cada hoja, flor, colorido y aroma del patio central.

   Entró a la sala tomada del brazo de Don Inocencio.  Todos aplaudían y les sonreían...Ella estaba estupefacta, no sabía si estaba soñando o si era real el ver a todas aquellas personas compartiendo y departiendo, los rostros que horas antes solo había visto en retratos colgados de las paredes.

     Don Inocencio, gentilmente, la condujo al centro de la sala.  La orquesta tocó un vals venezolano dando inicio al baile.

     Un tanto acalorada salio a tomar un poco de aire al patio trasero desde donde se podían percibir los agradables aromas que provenían del fogón.

     El firmamento estaba resplandeciente, la brisa fresca, todo el ambiente era una invitación a soñar despierta.

     De pronto una algarabía que provenía de la sala la hizo volver a la realidad: Loco Lindo corría entre los presentes con su perolero perseguido por los niños.  Don Inocencio, con el ceño fruncido y una ceja arqueada le llamó la atención - no por haber irrumpido en el baile de esta forma sino porque ya era tarde para que los niños estuvieran despiertos. Ellos salieron a regañadientes -.

     Aquella noche de ensueños, entre valses venezolanos, el chocar de las copas de cristal, palabras y versos, parecía no tener fin.

     Tantas emociones la habían hecho sentir un poco cansada.  En un rincón apartado se encontraba un hermoso sillón antiguo, mullido y acogedor que invitaba al descanso.  Se sentó y dio rienda suelta a sus pensamientos.  Los músculos se dejaron llevar por la suave melodía y las luces se fueron apagando poco a poco...a lo lejos se dejaba escuchar el Alma Llanera.

     A las ocho de la mañana del lunes 31 de septiembre llegó Ana Morgado a las puertas del Museo y al entrar ¡Mayúscula sorpresa se llevó! Al encontrar dormida en a una silla a la Luna Francés ataviada con un traje de antaño, el cabello adornado de largos bucles y sosteniendo entre sus manos un libro sobre personajes y costumbres de antaño. 
   





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